Nació
en Venecia en 1486, y como todos los de familias importantes siguió la
carrera militar. En 1511 cayó prisionero en Castelnuovo mientras luchaba
contra la Liga de Cambrai. Durante su cautiverio, se dedicó a meditar
sobre lo efímero del poder mundano, como le sucedió diez años después a
San Ignacio de Loyola. Inesperadamente fue liberado un mes después, y entonces
sintió viva la vocación de dedicarse al servicio de los pobres, de los
enfermos, de los jóvenes abandonados y de las mujeres “arrepentidas”.
Después de un corto “noviciado” como penitente con Giampietro Carafa, el
futuro Pablo IV, Jerónimo fue ordenado sacerdote en 1518.
Diez
años después hubo una carestía tremenda en toda la región y luego una
epidemia de peste; entonces Jerónimo vendió todo lo que tenía, incluso
los muebles de casa, y se dedicó a la asistencia de los apestados. Había
que enterrar a los muertos, y lo hacía de noche. Pero, también había
que pensar en los vivos, sobre todo en los niños que habían perdido a
sus padres, y en las mujeres que por la necesidad se dedicaban a la
prostitución. Fue entonces cuando en Somasca fundó la Orden de Clérigos
Regulares, destinada a ayudar a los niños huérfanos y a los pobres. Los
Padres Somascos fueron quienes realizaron el grande proyecto del
fundador: la institución de escuelas gratuitas para todos y en las que
se adoptó el método revolucionario llamado “método dialogado”.
San Jerónimo Emiliano murió sobre el surco: mientras asistía a los
enfermos de peste en Somasca, fue atacado por la misma peste y murió
entre sus hijos predilectos: los pobres y los enfermos, a quienes había
dedicado todos sus esfuerzos. Era el 8 de febrero de 1537.
Fue canonizado en 1767, y en 1928 Pío XI lo nombró Patrono de los huérfanos y de la juventud abandonada.
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