"Simón, hijo de Juan, ¿me amas?". El le respondió: "Sí, Señor, sabes que te quiero". Jesús le dijo: "Apacienta mis ovejas". (Jn. 21, 16)
Jn 3, 1-15
Antes de la fiesta de Pascua, sabiendo Jesús que había llegado su hora
de pasar de este mundo al Padre, él, que había amado a los suyos que
quedaban en el mundo, los amó hasta el fin. Durante la Cena, cuando el
demonio ya había inspirado a Judas Iscariote, hijo de Simón, el
propósito de entregarlo, sabiendo Jesús que el Padre había puesto todo
en sus manos y que él había venido de Dios y volvía a Dios, se levantó
de la mesa, se sacó el manto y tomando una toalla se la ató a la
cintura. Luego echó agua en un recipiente y empezó a lavar los pies a
los discípulos y a secárselos con la toalla que tenía en la cintura.
Cuando se acercó a Simón Pedro, éste le dijo: "¿Tú, Señor, me vas a
lavar los pies a mí?". Jesús le respondió: "No puedes comprender ahora
lo que estoy haciendo, pero después lo comprenderás". "No, le dijo
Pedro, ¡tú jamás me lavarás los pies a mí!". Jesús le respondió: "Si yo
no te lavo, no podrás compartir mi suerte". "Entonces, Señor, le dijo
Simón Pedro, ¡no sólo los pies, sino también las manos y la cabeza!".
Jesús le dijo: "El que se ha bañado no necesita lavarse más que los
pies, porque está completamente limpio. Ustedes también están limpios,
aunque no todos". Él sabía quién lo iba a entregar, y por eso había
dicho: "No todos ustedes están limpios". Después de haberles lavado los
pies, se puso el manto, volvió a la mesa y les dijo: "¿Comprenden lo que
acabo de hacer con ustedes? Ustedes me llaman Maestro y Señor, y tienen
razón, porque lo soy. Si yo, que soy el Señor y el Maestro, les he
lavado los pies, ustedes también deben lavarse los pies unos a otros.
Les he dado el ejemplo, para que hagan lo mismo que yo hice con
ustedes".
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