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José


José es la vocación que se adivina
en el verso perfecto del trabajo,
es la firma de Dios que está debajo,
es el silencio grave de la encina.

Es la fe de la gubia que camina
en encargos divinos que contrajo,
la sonrisa que emerge en cada tajo,
evocación de cielo repentina.

José, talla moral, la que obedece;
la madera de santo que florece
en la mano de Dios, artesanía.

Un modelo del hombre en oración
que al hacer del amor su profesión
resulta todo en él teofanía.

Ay, José, que enseñaste al Creador
la letra del trabajo con canciones,
a moverse entre clavos y tablones
en su oficio sublime, redentor.

Danos hoy ese ritmo del amor
que sostiene la cruz en pulsaciones,
y convierte en tambor los corazones
que retumban en actos de dolor.

Ay, José, que de Dios eras la mano,
eras padre y señor, como un hermano
aprendiste su arte, el mismo oficio.

Y fuiste la canción, la letanía
que Jesús te enseñaba cada día:
ser tú mismo la ofrenda en sacrificio.

(Jesús Martínez García)


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