Nació
en Barcelona, España, en 1650, y quedó huérfano de padre siendo todavía
muy pequeño. Jovencito fue admitido como monaguillo y cantor en una
iglesia, y viendo los sacerdotes su gran piedad y devoción se
propusieron costearle los estudios de seminario. Pasaba muchas horas
rezando ante el Santísimo Sacramento en el templo.
Ordenado sacerdote, y habiendo recibido en la universidad el grado de
doctor, se dedicó a la educación de la juventud. Era sumamente estimado
por las gentes y muy alabado por su gran virtud y por sus modos tan
amables que tenía en el trato con todos, pero Dios le dejó ver el estado
de su alma y desde ese día ya no tuvo José ningún sentimiento de
vanidad ni de orgullo. Se dio cuenta de que lo que ante los ojos de la
gente brilla como santidad, ante los ojos de Dios no es sino miseria y
debilidad. Desde el día en que Dios le permitió ver el estado de su
alma, José Oriol se propuso nunca más volver a comer carne en su vida y
ayunar todos los días.
A San José Oriol le concedió Dios el don
de la dirección espiritual. Las gentes que iban a consultarlo volvían a
sus casas y a sus oficios con el alma en paz y el espíritu lleno de
confianza y alegría. A las personas que dirigía les insistía en que su
santidad no fuera sólo superficial y externa, sino sobre todo interior y
sobrenatural.
El santo nunca se atribuía a él mismo ninguno de
los prodigios que obraba. Decía que todo se debía a que sus penitentes
se confesaban con mucho arrepentimiento y que por eso Dios los curaba.
En sus últimos años obtuvo de Dios el don de profecía y anunciaba muchas
cosas que iban a suceder en el futuro. Y hasta anunció cuando iba a
suceder su propia muerte. En un día del mes de marzo del año 1702,
mientras cantaba en su lecho de enfermo un himno a la Virgen María,
murió santamente. Tenía 53 años. Fue beatificado por Pío VII en 1806 y
canonizado por San Pío X en 1909.
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