Nació en Riva de Chieri, Italia, el 2 de abril de 1842, en el seno de una familia humilde y muy devota.
Desde su tierna infancia mostró un comportamiento muy santo. Casi desde
que aprendió a hablar se fijó su propósito en la vida: ser un verdadero
cristiano.
En 1849 hace su primera comunión. Fue un día
trascendental en su vida, y ahí escribió cuatro sencillos propósitos que
normaron su camino a la santidad:
1. Me confesaré muy a menudo y recibiré la Sagrada Comunión siempre que el confesor me lo permita.
2. Quiero santificar los días de fiesta.
3. Mis amigos serán Jesús y María.
4. Antes morir que pecar”.
Estos recuerdos fueron la norma de todos sus actos hasta el fin de su vida.
En 1854 conoce a Don Bosco, quien de inmediato percibe las virtudes
cristianas del niño. Se convierte en un padre y amigo, y se lo lleva
consigo a Turín, a vivir entre los niños pobres que Don Bosco recibía en
su Oratorio.
Domingo se muestra siempre atento a las
necesidades del prójimo. Sereno y alegre, transmitía el catecismo a sus
compañeros, ayudaba a los enfermos y detenía los pleitos que se
suscitaban entre los muchachos. También fue víctima de acusaciones
injustas, que sufrió con resignación, emulando a Jesús.
Delicado de salud, y tal vez por permanecer rezando en la capilla en
invierno hasta altas horas de la noche, enferma gravemente. Al sentir la
muerte, un mes antes de cumplir 15 años, Domingo se despide de sus
compañeros con estas palabras: “¡Adiós, nos veremos en el Paraíso!”
El papa Pío XII lo canonizó en 1954. Santo Domingo Savio es el santo
patrono de los monaguillos, de los niños cantores y de las mujeres
embarazadas.
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