Fue el apóstol y primer obispo de Fiésole, Italia.
Había sido
convertido a la fe cristiana por San Pedro, y sufrió el martirio en la
persecución del emperador Domiciano, alrededor del año 90.
En todo
cuanto hacía, pensaba y meditaba, le guiaba la luz de la fe. Sin esta
lámpara encendida en su corazón no habría podido llevar a cabo lo que
constituye su segundo eje.
La caridad sin límites. El amor de
Dios, que ha venido para ayudar y para que todo el mundo se encuentre
alegre y feliz, era el ímpetu que le lanzaba a recorrer la ciudad, las
parroquias para tomar nota de las necesidades que padecían los
predilectos de Dios, los pobres.
Dicen que agotado de tanto
trabajo, murió en la paz de Dios. Y que desde el momento en que
enterrado, su tumba comenzó a ser venerada por los genoveses y que
incluso se hicieron varios milagros.
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