SAN CARLOS BORROMEO (1538-1584) nació en
Arona, en Novara, Italia, en el seno de una familia noble e influyente
de políticos, banqueros y militares.
Como segundo hijo del conde
Gilberto Borromeo y de Margarita de Médicis, de acuerdo con las
costumbres aristócratas, desde niño San Carlos Borromeo fue destinado a
la vida religiosa, y a los 12 años ingresó a la abadía benedictina de
Arona. Más tarde estudió Derecho en la Universidad de Pavía.
Su
tío materno era el papa Pío IV, y en 1560, cuando San Carlos tenía 22
años, lo mandó llamar a Roma para trabajar cerca de él en asuntos de
Estado. En 1563 fue invitado al Concilio de Trento, donde recibió la
consagración como obispo de Milán.
A la muerte del papa Pío IV un
año después, San Carlos Borromeo salió de Roma para dedicarse
exclusivamente a su diócesis de Milán, la cual abarcaba un territorio
muy extenso en el norte de Italia y Suiza.
San Carlos visitó cada
rincón de su diócesis, preocupado por la formación del clero, para lo
cual fundó numerosos seminarios. También estableció hospitales y asilos,
atendiendo las condiciones de los fieles, en especial las de los más
necesitados.
Haciendo valer siempre su lema: “Humildad”, San
Carlos Borromeo buscó reformar la estructura interna de la Iglesia para
separarla de los intereses de los poderosos. Los enconos que despertó
fueron tales, que sufrió un atentado, del cual salió ileso.
Cuando
la peste asoló Milán entre 1576 y 1578, las medidas tomadas por San
Carlos contribuyeron a salvar numerosas vidas, aunque en su actividad al
cuidado de los enfermos su salud quedó algo minada.
Por la
fuerza de su ascetismo y la firmeza de sus principios, San Carlos
Borromeo se convirtió en el modelo de los obispos de su tiempo. Víctima
de fiebres y de la excesiva fatiga, murió a la temprana edad de 46 años.
San
Carlos Borromeo fue canonizado en 1610 por el papa Paulo V. Su cuerpo
incorrupto se conserva todavía en la catedral de Milán.
SAN CARLOS BORROMEO nos enseña que la verdadera nobleza exige humildad y amor por los desfavorecidos.
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