"Simón, hijo de Juan, ¿me amas?". El le respondió: "Sí, Señor, sabes que te quiero". Jesús le dijo: "Apacienta mis ovejas". (Jn. 21, 16)
Mc 9, 14-29
Después de la Transfiguración, Jesús, Pedro, Santiago y Juan bajaron del
monte. Llegaron donde estaban los otros discípulos y los encontraron en
medio de una gran multitud, discutiendo con algunos escribas. En cuanto
la multitud distinguió a Jesús, quedó asombrada y corrieron a
saludarlo. Él les preguntó: "¿Sobre qué estaban discutiendo?". Uno de
ellos le dijo: "Maestro, te he traído a mi hijo, que está poseído de un
espíritu mudo. Cuando se apodera de él, lo tira al suelo y le hace echar
espuma por la boca; entonces le crujen sus dientes y se queda rígido.
Le pedí a tus discípulos que lo expulsaran pero no pudieron".
"Generación incrédula, respondió Jesús, ¿hasta cuándo estaré con
ustedes? ¿Hasta cuándo tendré que soportarlos? Tráiganmelo". Y ellos se
lo trajeron. En cuanto vio a Jesús, el espíritu sacudió violentamente al
niño, que cayó al suelo y se revolcaba, echando espuma por la boca.
Jesús le preguntó al padre: "¿Cuánto tiempo hace que está así?". "Desde
la infancia, le respondió, y a menudo lo hace caer en el fuego o en el
agua para matarlo. Si puedes hacer algo, ten piedad de nosotros y
ayúdanos". "¡Si puedes...!", respondió Jesús. "Todo es posible para el
que cree". Inmediatamente el padre del niño exclamó: "Creo, ayúdame
porque tengo poca fe". Al ver que llegaba más gente, Jesús increpó al
espíritu impuro, diciéndole: "Espíritu mudo y sordo, Yo te lo ordeno,
sal de él y no vuelvas más". El demonio gritó, sacudió violentamente al
niño y salió de él, dejándolo como muerto, tanto que muchos decían:
"Está muerto". Pero Jesús, tomándolo de la mano, lo levantó, y el niño
se puso de pie. Cuando entró a la casa y quedaron solos, los discípulos
le preguntaron: "¿Por qué nosotros no pudimos expulsarlo?". Él les
respondió: "Esta clase de demonios se expulsa sólo con la oración".
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