Nació en Ravena y fue una de esas figuras severas que, como San Juan
Bautista, surgen en las épocas de relajamiento para apartar a los
hombres del error y traerles de nuevo al estrecho sendero de la virtud.
Debido
a la prematura muerte de sus padres, el santo fue criado por su
hermano, convirtiéndose en un excelente discípulo, y más tarde en un
profundo servidor de Cristo.
Pedro decidió abandonar el mundo
exterior y abrazar la vida religiosa en otra región, entrando al
convento de Fonte Avellana, comunidad de ermitaños que gozaba de gran
reputación.
Allí se dedicó a la oración, lectura espiritual y estudios sagrados, viviendo con gran austeridad.
Pedro asumió la dirección de la comunidad en 1043 gobernando con gran prudencia y piedad.
Fundó
otras cinco comunidades de ermitaños, donde fomentó entre los monjes el
espíritu de retiro, caridad y humildad y además estuvo al servicio de
la Iglesia, siendo nombrado Cardenal y Obispo de Ostia en 1057.
San
Pedro escribió varios documentos que ayudaron a mantener la observancia
de la moral y de la disciplina, particularmente en lo que se refiere a
los deberes de los clérigos y monjes.
A pesar de su severidad, el
santo sabía tratar a los pecadores con bondad e indulgencia, cuando la
caridad y la prudencia lo pedían.
Murió el 21 de febrero de 1072.
Inmediatamente la gente empezó a considerarlo como un gran santo y a
conseguir favores de Dios por su intercesión.
El Papa León XII lo
canonizó (1823) y, por los elocuentes sermones que compuso y por los
libros tan sabios que escribió, lo declaró Doctor de la Iglesia (1828).
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