"Simón, hijo de Juan, ¿me amas?". El le respondió: "Sí, Señor, sabes que te quiero". Jesús le dijo: "Apacienta mis ovejas". (Jn. 21, 16)
Jn 11, 45-57
Al ver que Jesús había resucitado a Lázaro, muchos de los judíos que
habían ido a casa de María creyeron en él. Pero otros fueron a ver a los
fariseos y les contaron lo que Jesús había hecho. Los sumos sacerdotes y
los fariseos convocaron un Consejo y dijeron: "¿Qué hacemos? Porque
este hombre realiza muchos signos. Si lo dejamos seguir así, todos
creerán en él, y los romanos vendrán y destruirán nuestro lugar santo y
nuestra nación". Uno de ellos, llamado Caifás, que era Sumo Sacerdote
ese año, les dijo: "Ustedes no comprenden nada. ¿No les parece
preferible que un solo hombre muera por el pueblo y no que perezca la
nación entera?". No dijo eso por sí mismo, sino que profetizó como Sumo
Sacerdote que Jesús iba a morir por la nación, y no solamente por la
nación, sino también para congregar en la unidad a los hijos de Dios que
estaban dispersos. A partir de ese día, resolvieron que debían matar a
Jesús. Por eso él no se mostraba más en público entre los judíos, sino
que fue a una región próxima al desierto, a una ciudad llamada Efraín, y
allí permaneció con sus discípulos. Como se acercaba la Pascua de los
judíos, mucha gente de la región había subido a Jerusalén para
purificarse. Buscaban a Jesús y se decían unos a otros en el Templo:
"¿Qué les parece, vendrá a la fiesta o no?". Los sumos sacerdotes y los
fariseos habían dado orden de que si alguno conocía el lugar donde él se
encontraba, lo hiciera saber para detenerlo.
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