El rey Yezdigerd, hijo de Sapor II puso fin a la cruel persecución de
los cristianos que había sido llevado al cabo en Persia durante el
reinado de su padre. Sin embargo, el obispo Abdas con un celo mal
entendido incendio el Pireo o templo del fuego, principal objeto del
culto de los persas.
El rey amenazó con destruir todas las
iglesias de los cristianos, a menos que el obispo reconstruyera el
templo, pero éste se rehusó a hacerlo; el rey lo mandó a matar e inició
una persecución general que duró 40 años.
Uno de los primeros mártires fue Benjamín, diácono. Después de que fuera golpeado, estuvo encarcelado durante un año.
Benjamín era un joven de un gran celo apostólico en bien de los demás. Hablaba con fluida elocuencia.
Incluso
había logrado muchas conversiones entre los sacerdotes de Zaratustra.
Los meses que pasó en la cárcel le sirvieron para pensar, orar, meditar y
escribir.
En estas circunstancias llegó a la ciudad un
embajador del emperador bizantino y lo puso en libertad. Y le dijo el
rey Yezdigerd: "Te digo que tú no has tenido culpa alguna en el incendio
del templo y no tienes que lamentarte de nada".
¿No me harán nada los magos?, preguntó el rey al embajador. No, tranquilo. No convertirá a nadie, añadió el embajador.
Sin
embargo, desde que lo pusieron en libertad, Benjamín comenzó con mayor
brío e ímpetu su trabajo apostólico y convirtió a muchos magos
haciéndoles ver que algún día brillará en sus ojos y en su alma la luz
verdadera.
De no ser así –decía – yo mismo sufriré el
castigo que el Señor reserva a los seguidores que no sacan a relucir los
talentos que él les ha dado.
Esta vez no quiso intervenir
el embajador. Pero poco después, el rey lo encarceló de nuevo y mandó
que le dieran castigos hasta la muerte,siendo luego decapitado
Murió alrededor del año 420.
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