"Simón, hijo de Juan, ¿me amas?". El le respondió: "Sí, Señor, sabes que te quiero". Jesús le dijo: "Apacienta mis ovejas". (Jn. 21, 16)
Jn 12, 20-33
Había unos griegos que habían subido a Jerusalén para adorar a Dios
durante la fiesta de Pascua. Éstos se acercaron a Felipe de Betsaida de
Galilea, y le dijeron: "Señor, queremos ver a Jesús". Felipe fue a
decírselo a Andrés, y ambos se lo dijeron a Jesús. Él les respondió: "Ha
llegado la hora en que el Hijo del hombre va a ser glorificado. Les
aseguro que si el grano de trigo que cae en la tierra no muere, queda
solo; pero si muere, da mucho fruto. El que tiene apego a su vida la
perderá; y el que no está apegado a su vida en este mundo, la conservará
para la Vida eterna. El que quiera servirme que me siga, y donde yo
esté, estará también mi servidor. El que quiera servirme, será honrado
por mi Padre. Mi alma ahora está turbada. ¿Y qué diré: "Padre, líbrame
de esta hora"? ¡Si para eso he llegado a esta hora! ¡Padre, glorifica tu
Nombre!". Entonces se oyó una voz del cielo: "Ya lo he glorificado y lo
volveré a glorificar". La multitud, que estaba presente y oyó estas
palabras, pensaba que era un trueno. Otros decían: "Le ha hablado un
ángel". Jesús respondió: "Esta voz no se oyó por mí, sino por ustedes.
Ahora ha llegado el juicio de este mundo, ahora el Príncipe de este
mundo será arrojado afuera; y cuando yo sea levantado en alto sobre la
tierra, atraeré a todos hacia mí".
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