Esta gran fiesta tomó su nombre de la buena nueva anunciada por el
arcángel Gabriel a la Santísima Virgen María, referente a la Encarnación
del Hijo de Dios. Era el propósito divino dar al mundo un Salvador, al
pecador una víctima de propiciación, al virtuoso un modelo, a esta
doncella -que debía permanecer virgen- un Hijo y al Hijo de Dios una
nueva naturaleza humana capaz de sufrir el dolor y la muerte, afín de
que El pudiera satisfacer la justicia de Dios por nuestras
transgresiones.
El mundo no iba a tener un Salvador hasta que Ella
hubiese dado su consentimiento a la propuesta del ángel. Lo dio y he
aquí el poder y la eficacia de su Fíat. En ese momento, el misterio de
amor y misericordia prometido al género humano miles de años atrás,
predicho por tantos profetas, deseado por tantos santos, se realizó
sobre la tierra. En ese instante el alma de Jesucristo producida de la
nada empezó a gozar de Dios y a conocer todas las cosas, pasadas,
presentes y futuras; en ese momento Dios comenzó a tener un adorador
infinito y el mundo un mediador omnipotente y, para la realización de
este gran misterio, solamente María es acogida para cooperar con su
libre consentimiento.
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