El nombre de Beda o Baeda en lengua sajona quiere decir oración.
San Beda, “padre de la erudición inglesa” como lo definió el
historiador Burke, murió a los 63 años en la abadía de Jarrow, en
Inglaterra, después de haber dictado la última página de un libro suyo y
de haber rezado el Gloria Patri. Era la víspera de la Ascensión, el
25 de mayo del 735. Cuando sintió que se acercaba la muerte, dijo: “He
vivido bastante y Dios ha dispuesto bien de mi vida”.
Beda
nació en el año 672 de una modesta familia obrera de Newcastle y
recibió su formación en dos monasterios benedictinos de Wearmouth y
Jarrow, en donde fue ordenado a los 22 años.
Las dos más
grandes satisfacciones de su vida las condensó él mismo en tres verbos:
aprender, enseñar, escribir. La mayor parse de su obra de escritor
tiene su origen y finalidad en la enseñanza. Escribió sobre filosofía,
cronología, aritmética, gramática, astronomía, música, siguiendo el
ejemplo de san Isidro. Pero san Beda es ante todo un teólogo, de
estilo sencillo, accesible a todos.
Se le presenta como
uno de los padres de toda la cultura posterior, influyendo, por medio
de la escuela de York y la escuela carolingia, sobre toda la cultura
europea. Entre los monumentos insignes de la historiografía queda su
Historia eclesiástica gentis Anglorum, que le mereció ser proclamado en
el sínodo de Aquisgrana, en el 836, “venerabilis et modernis
temporibus doctor admirabilis”. Le gustaba definirse “historicus
verax”, historiador veraz, consciente de haber prestado un servicio a
la verdad.
Terminó su voluminosa obra histórica con esta
oración: “Te pido, Jesús mío, que me concediste saborear con delicia
las palabras de tu sabiduría, concederme por tu misericordia llegar un
día a ti, fuente de sabiduría, y contemplar tu rostro”. El Papa
Gregorio II lo había llamado a Roma, pero Beda le suplicó que lo dejara
en la laboriosa soledad del monasterio de Jarrow, del que se alejó
sólo por pocos meses, para poner las bases de la escuela de York, de la
que después salió el célebre Alcuino, maestro de la corte carolingia y
fundador del primer estudio parisiense.
Después de haber
dictado la última página de su Comentario a san Juan, le dijo al monje
escribano: “ahora sosténme la cabeza y haz que pueda dirigir los ojos
hacia el lugar santo donde he rezado, porque siento que me invade una
gran dulzura”. Fueron sus últimas palabras.
Por su gran erudición fue declarado doctor de la Iglesia.
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