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EL ANACORETA

Ramón había leído hacia tiempo, la vida de los anacoretas o eremitas, y le empezó una especie de envidia.

A todo esto, debo decirte, que Ramón estaba casado, tenía 2 hijos uno de los cuales, era un adolescente inquieto, tenía una esposa que lo quería mucho, sus padres, sus suegros: y, un montón de amigos. Y un gran corazón

No sabía decir a nadie que no, así, todo el mundo, le deshacía sus planes, no sólo en el trabajo, era empleado de banca, sino en casa, y lo mismo sus amigos, él planeaba hacer tal cosa, al día siguiente, pero una llamada de teléfono de un amigo, una petición de su esposa un ruego de sus hijos, ya hacía que, su idea pasase a segundo plano, vivía para los demás.

Incluso, en el momento que dedicaba a hablar con Dios, era a veces interrumpido, por el amigo que llamaba por teléfono, hasta en la iglesia, no faltaba, quien se acercaba, salvo que fuera en Misa, para decirle. “D. Ramón, quería comentarle una cosa.....

Porque Ramón siempre ayudaba a todo, el mundo

Y un día se dijo; “ ya basta, esto no es lo mismo, estoy abandonando a Dios, ni vida de oración puedo tener, todos hacen de mí lo que quieren, no, lo mío es el desierto, allí, voy a vivir retirado a la oración, mis hijos ya son grandes, y en cuanto a mi esposa, le dejaré medios suficientes, para que no le falte de nada, porque yo, no necesito nada, en el desierto

Fue a contárselo a D. Pablo el cura, pensando que lo felicitaría, pero en vez de eso, el bueno de D. Pablo, a punto estuvo de romperle el bastón en la espalda

“Saca de ti, esos pensamientos que te pone el diablo, tú deber es estar con tu esposa y tus hijos, no irte al desierto”

Pero Ramón ya era mayorcito, y se dijo, que D. Pablo, en aquella ocasión, no tenía ni idea, así que empezó arreglar sus cosas, para marcharse, ni sus amigos, ni las lagrimas de su esposa e hijos lo conmovieron.

Ramón se fue al desierto, y en una cueva, alumbrado, por una lámpara de aceite, y con la compañía de su perro “ león”, de una vaca, y de 2 gallinas, empezó su odisea, al principio, los 4 primeros días. Aunque un poco triste, los paso bien, pero luego, la soledad empezó a pesarle como una losa, se dijo, que debía de ser una tentación, y trato de resistir.

Pero le dolía no tener el cariño de su esposa, no poder ver a sus hijos, y hasta reprenderlos, echaba de menos a sus padres a sus amigos, a todos, los que habían quedado “en el mundo” y lo peor es que, oraba mejor, antes, aunque su oración fuera breve, muchas veces, era sentida íntima, viva, ahora, su mente, se ocupaba sin que él lo quisiera de recuerdos sobre los que había dejado.

Al hacerse anacoreta, ni siquiera podía recurrir a la oración vocal, su alma empezaba atravesar no sabía si la noche oscura, o la marcha hacia la perdida de la fe, tampoco tenía con quien hablar y las personas necesitamos otras personas para hablar, hasta la noción del tiempo había perdido

Aquella mañana salió a ver si pescaba algo, y resbalo en una roca, su cuerpo rodó pendiente abajo, se quedo inmóvil, y empezó a pedir ayuda, pero nadie, había para dársela, entonces cerro los ojos, y rezo, pidiendo a Dios perdón, por haber sido tan egoísta

Cuando los abrió estaba en el hospital.

Ha tenido suerte, amigo, sólo tiene magulladuras sin importancia, pero, si no llega pasar por allí, el viejo Claudio, no lo cuenta, ya que media hora más tarde subió la marea, y lo habría ahogado.

Así que me salvo, el viejo Claudio

Así es

El viejo Claudio, era el portero de la finca que ocupaba Ramón y acostumbraba a ir pescar con su caña, en aquellas rocas. Sintió el golpe, corrió y vio el cuerpo de Ramón.....

Necesito a la gente, dijo Ramón

La gente le necesita Ramón, dijo el médico.

Mi lugar es el mundo, con mi esposa, que razón tenía D. Pablo; entonces D. Pablo que también había acudido al hospital para interesarse por el herido se acercó

Sí hijo, la gente te necesita, te necesita tu esposa, y tú necesitas a tu esposa y tus hijos

Padre, hay una cosa que no entiendo, los anacoretas, cómo pudieron vivir en el desierto

Porque esa era la llamada de Dios para ellos, a ti, te puso, como bancario, y casado; y te quiere así, pendiente y servicial de todos, porque en todos esta Dios

¿y cuando interrumpo mi oración?

No, hijo no la interrumpes, simplemente pasas a hablar con Dios más directamente, él vive en cada ser humano; pero de vez en cuando, puedes ir al desierto.

¿Al desierto?

Si, hijo al desierto, entrar en tu corazón, y hablar allí en silencio con tu Dios.

¿y qué hago, si éstos ( señalando a sus hijos y su esposa) me siguen hasta allí?

Pues meterlos en tu diálogo, y dar gracias de que tu desierto, se convierta en un vergel.

Así lo haré. Dijo Ramón

Y lo hizo.


(Autora: Maite Parga)


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