Nació en 496, en Autun, en Borgoña, Francia, hijo de un matrimonio de edad madura que no lo quiso mucho.
De
niño, San Germán de París fue lo que hoy se diría un niño rechazado,
pues creció con carencias de afecto y cariño familiar. Cuando llegó a la
edad adulta vivió muchos años como ermitaño.
Hacia el año
530 entra en contacto con Agripin, el obispo de su natal Autun, quien
al identificar su santidad, y después de convencerlo con sabios
argumentos, lo convence de que acepte ser ordenado sacerdote.
Su
carisma y su humildad son apreciados por los gobernantes y las
autoridades de la Iglesia, y San Germán pasa por un prolongado pero
continuo ascenso. En 540 es nombrado abad de San Sinforiano, en Autun, y
en 550 le fue otorgado el cargo de Obispo de París.
Hacia
la misma época, el rey Childeberto I lo nombra capellán real. Sin
embargo, incluso viviendo en la corte y ostentando un cargo elevado
continuó llevando una vida humilde, predicando a la gente y repartiendo
sus posesiones entre los pobres.
Una de sus principales
preocupaciones fue el trato a los prisioneros y a los cautivos, y
aprovechó su cercanía con el monarca para abogar por que recibieran un
trato digno.
A San Germán de París se le atribuyen
numerosos milagros en vida, como lo fue una multiplicación de panes al
escasear el alimento, cuando él estaba a cargo de la abadía de San
Sinforiano, o bien apagar un incendio con un solo vaso de agua bendita.
A
las afueras (en francés: des près) de París, San Germán fundó un
monasterio benedictino. La tradición cuenta que un día él profetizó que
su muerte ocurriría un día 28 de mayo, como en efecto sucedió, cuando él
ya estaba entrado en sus ochentas.
Sus restos mortales
fueron sepultados en la iglesia del monasterio que él mandó construir,
la cual fue llamada a partir de ahí con su nombre: Saint Germain des
Près.
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