"Simón, hijo de Juan, ¿me amas?". El le respondió: "Sí, Señor, sabes que te quiero". Jesús le dijo: "Apacienta mis ovejas". (Jn. 21, 16)
SAN FRANCISCO DE ASÍS
SAN FRANCISCO DE ASÍS (1182-1226) nació en Asís, Italia, hijo de un comerciante y su esposa francesa, que era noble.
En su juventud, a Giovanni Bernardone lo llamaban “Francesco”, o sea “el francés”, por su ascendencia materna. Era un joven despreocupado y rico cuyo deseo era volverse caballero de la corte.
En la guerra entre Asís y Perugia de 1203, sin embargo, el futuro San Francisco fue capturado y mantenido prisionero por un año. Una enfermedad que contrajo en la cárcel contribuyó a su profunda conversión.
Cuando fue liberado, emprendió una peregrinación a Roma, donde pasó un tiempo cuidando a leprosos. Luego regresó a Asís, y se instaló en la derruida iglesia de San Damián.
Durante sus meditaciones ahí, San Francisco escuchó una voz misteriosa que lo imprecaba para que restaurara la iglesia. Para ello vendió algunas telas del negocio de su padre. Pero luego èste se lo reclamó de manera violenta, seguro pensando que su hijo había enloquecido.
Como reclamación, su padre lo condujo ante el obispo, exigiendo reparación por las mercancías que su hijo había vendido. Cuenta la tradición que entonces San Francisco se despojó ahí mismo de todas sus prendas, renunciando así a su herencia, y salió caminando desnudo de la ciudad.
Los siguientes años, de 1207 a 1209, San Francisco de Asís los pasó haciendo vida de ermitaño. Pasado ese tiempo, regresó al mundo con la decisión de fundar una orden, a la cual llamó de los Frailes Menores, apelando a la humildad que debía de regir sus vidas.
En un principio había reunido en torno a sí a doce frailes, a manera de discípulos, pero conforme la comunidad fue creciendo se dio la necesidad de organizar y sistematizar, así como tener una disciplina en común.
De este modo San Francisco redactó su primera regla, misma que fue aprobada verbalmente por el papa Inocencio III. Éste es el inicio de lo que sería su Primera Orden.
En 1212, una joven noble escuchó sus palabras y se decidió a seguirlo: era Santa Clara. Gracias a su apoyo, se fundaría la Segunda Orden, de hermanas, que llegarían a ser conocidas como Clarisas.
Los siguientes años fueron de peregrinación. San Francisco intentó viajar a Tierra Santa, pero un naufragio lo impidió. Entonces siguió una vida misionera que lo llevó a Dalmacia, y posteriormente al sur de Francia y la península Ibérica.
Su travesía le llevó hasta Egipto, donde fue bien recibido por el sultán Al-Malik Al-Kamil, con quien sostuvo un coloquio que probaba que ambas grandes religiones podían convivir con respeto y armonía, sin necesidad de hacerse la guerra.
En Roma conoció a Santo Domingo, fundador de otra de las grandes órdenes religiosas. De vuelta en Asís se retiró al monte Alvernia, donde construyó una pequeña celda. Ahí ocurrió el milagro de los estigmas, cuando en un arranque místico aparecieron impresas en su cuerpo todas las heridas que había sufrido Jesús en su martirio.
El Poverello, como empezó a ser llamado, fundó también la Tercera Orden, o de los Terciarios, para personas que quisieran vivir en el mundo, pero siguiendo las rígidas reglas de la orden franciscana.
En 1225, San Francisco vio muy minada su salud, perdiendo casi totalmente la vista, y lo tuvieron que llevar con distintos médicos. Al año siguiente, sintiéndose morir, pidió que lo llevaran a su querida capilla Porciúncula, cerca de Asís, donde finalmente falleció.
Son conocidas las anécdotas de San Francisco en las que amansa a un feroz lobo simplemente hablándole y tratándolo como hermano, o sus predicaciones a los pájaros, que cantaban junto con él.
Apenas dos años después de su muerte, en 1228, San Francisco de Asís fue canonizado por el papa Gregorio IX. En 1980, el papa Juan Pablo II lo nombró santo protector de la ecología.
SAN FRANCISCO DE ASÍS nos enseña el valor de renunciar a los bienes materiales.
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