Era hijo de San Canuto, rey de Dinamarca. Al llegar a la mayoría de edad fue proclamado conde de Flandes y de Amiens.
El gobierno sabio y benéfico de Carlos, y su santidad personal le ganaron merecidamente el título de “el Bueno”.
A raíz de un invierno muy largo y frío, comenzó a escasear el alimento
para la población. Carlos tomó medidas extraordinarias para que a los
pobres no les faltara de comer. Carlos daba de comer diariamente a cien
pobres en su castillo de Brujas y en cada uno de sus otros palacios.
Sólo en Yprés distribuyó en un solo día 7.800 kilos de pan. Reprendió
ásperamente a los habitantes de Gante que dejaban morir de hambre a los
pobres delante de sus puertas y prohibió la fabricación de cerveza para
que todo el grano se emplease en hacer pan. Igualmente mandó matar a
todos los perros y fijó el precio del vino. Completó su obra con un
decreto para que en las tres cuartas partes del terreno laborable se
sembraran cereales y, en el cuarto restante, legumbres de crecimiento
rápido. Al tener noticia de que ciertos nobles habían comprado grano
para almacenarlo y venderlo más tarde a precios exorbitantes, Carlos y
su tesorero, Tancmaro, les obligaron a revenderlo inmediatamente a
precios razonables. Esto enfureció a los especuladores, quienes,
capitaneados por Lamberto y su hermano Bertulfo, deán de San Donaciano
de Brujas, tramaron una conspiración para asesinar al conde.
Fue en una mañana de 1127, cuando el conde rezaba el Miserere en la misa
en el altar de Nuestra Señora. Los conspiradores cayeron sobre él y lo
decapitaron.
Sus restos se conservan en la catedral de Brujas.
Su culto fue confirmado por León XIII en 1883.
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