"Simón, hijo de Juan, ¿me amas?". El le respondió: "Sí, Señor, sabes que te quiero". Jesús le dijo: "Apacienta mis ovejas". (Jn. 21, 16)
Jn 4, 43-54
Jesús partió hacia Galilea. Él mismo había declarado que un profeta no
goza de prestigio en su propio pueblo. Pero cuando llegó, los galileos
lo recibieron bien, porque habían visto todo lo que había hecho en
Jerusalén durante la Pascua; ellos también, en efecto, habían ido a la
fiesta. Y fue otra vez a Caná de Galilea, donde había convertido el agua
en vino. Había allí un funcionario real, que tenía su hijo enfermo en
Cafarnaún. Cuando supo que Jesús había llegado de Judea y se encontraba
en Galilea, fue a verlo y le suplicó que bajara a sanar a su hijo
moribundo. Jesús le dijo: "Si no ven signos y prodigios, ustedes no
creen". El funcionario le respondió: "Señor, baja antes que mi hijo se
muera". "Vuelve a tu casa, tu hijo vive", le dijo Jesús. El hombre creyó
en la palabra que Jesús le había dicho y se puso en camino. Mientras
descendía, le salieron al encuentro sus servidores y le anunciaron que
su hijo vivía. Él les preguntó a qué hora se había sentido mejor. "Ayer,
a la una de la tarde, se le fue la fiebre", le respondieron. El padre
recordó que era la misma hora en que Jesús le había dicho: "Tu hijo
vive". Y entonces creyó él y toda su familia. Éste fue el segundo signo
que hizo Jesús cuando volvió de Judea a Galilea.
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